20. MADUREZ (Y RESIGNACIÓN)

Llega un momento de la vida cuando todos caminamos por una cuerda floja con la posibilidad de caer de un lado o del otro.

A un lado se encuentra la resignación y al otro la madurez. La diferencia entre ambas es tan sutil que no pocas veces, ante los demás -¡Horror!- nuestra resignación puede parecer una virtud.

Es lógico: El resignado ya no se queja tanto. Apenas si se siente. El maduro tampoco, pero por razones diferentes:

  • El resignado deja de intentar porque igual para qué, si va a fallar de nuevo. La persona madura deja de intentar porque se da cuenta que no hay nada que intentar: Este instante ya es perfecto. O mejor aún, no intenta, hace.
  • El resignado deja de hacer planes por miedo a que fallen. La persona madura deja de hacer planes, porque acepta el misterio, el abismo. O mejor aún, hace planes pero se ríe cuando estos fracasan, y sigue con su camino.
  • El resignado se deja llevar por las circunstancias porque se siente como "un juguete del destino", la persona madura se deja llevar por las circunstancias porque comprende que sólo es una gota en un océano inabarcable.


1 comentarios:

Anónimo | 5 de julio de 2009, 15:20

Me parece que el lado negativo de la resignación es una especie de renuncia a la esperanza de que las cosas mejoren, vayan a nuestro favor o nos resulten. Sin embargo, su lado positivo es la aceptación de nuestras limitaciones como punto de partida para desarrollar una mejor actitud ante las circunstancias, en el conocimiento de que, aún cuando parezca que no tenemos alternativa a los sucesos, sí conservamos la prerrogativa de encararlos positivamente. Me parece que la persona madura es la que reconoce que su actitud interior no debe estar supeditada a su situación exterior. En ese sentido, aquél que ha puesto su confianza en Jesús, puede aceptar aún lo que no puede comprender, sabiendo que Él está en control y existe una razón para lo que le está permitiendo pasar.

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